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Educación moral: la necesidad de la hora actual
– Sadguru Sri Madhusudan Sai
H.G. Wells, el escritor inglés, dijo: «La civilización es una carrera entre la educación y la catástrofe».
No puedo sino secundarlo. Hace unos años, cuando viajábamos por Sudamérica, un policía de alto rango compartió su preocupación por el rápido deterioro de la situación en su país, con respecto a la delincuencia, especialmente entre los jóvenes. Dijo que los que deberían estar en las escuelas acababan en las cárceles, hasta el punto de que estas se están quedando sin espacio y, en consecuencia, la mayoría de los pequeños delincuentes son puestos en libertad solo con una advertencia, o una multa en el mejor de los casos. Esta situación se da a pesar del aumento del número de cárceles, que solo en la capital ha pasado de una a 25 cárceles en las dos últimas décadas.
Al otro lado del Pacífico llegamos a Queensland (Australia), donde el creciente problema del «abuso de sustancias» es el mayor reto entre los jóvenes. El gobierno ha decidido financiar y apoyar la educación escolar de los niños de entornos exigentes. En una de nuestras escuelas, la Toogoolawa School de Queensland, se imparte una educación basada en valores a más de 200 niños, en el marco de un plan específico del gobierno, en el que éste aporta a la escuela una financiación de 10.000 dólares australianos (equivalentes a 7.500 dólares estadounidenses) al año por niño. Viniendo de la India, donde el presupuesto de educación apenas representa el 3% del PBI, o unos 150 USD por niño, 10.000 AUD (7.500 USD) me parecieron muchos fondos. Uno de los fideicomisarios de la escuela de Toogoolawa me informó de que 10.000 AUD siguen siendo poco, comparado con el costo de mantener a un delincuente en una cárcel, lo que cuesta al erario australiano más de 20.000 AUD cada año, ¡casi el doble!
Un poco más lejos, en el Océano Índico, la pequeña nación insular de Sri Lanka ofrece a todos sus estudiantes educación completamente gratuita, desde la escuela hasta la universidad. Es mucho pedir para una nación tan pequeña, pero el mayor problema es la fuga de cerebros, ya que los profesionales calificados abandonan el país en masa, debido a la crisis financiera. Durante mi reciente visita, conocí al menos a tres personas en un solo día, tanto en las provincias occidentales como en las orientales de Sri Lanka, que abandonaban el país que les proporcionó una educación completamente gratuita, en busca de pastos más verdes en el extranjero.
A diferencia de estos tres países, Singapur, uno de los más desarrollados del sur de Asia, tiene un problema totalmente distinto con el sistema educativo. En un simposio sobre salud mental celebrado recientemente en Singapur, en colaboración con el Ministerio de Educación y la Asociación para el Bienestar Mental, me informaron sobre el aumento de los problemas de salud mental en adolescentes, que conducen al suicidio, incluso los provenientes de entornos acomodados.
Estas cuatro situaciones en cuatro países totalmente diferentes muestran claramente que no es la financiación de la educación o su gratuidad lo que puede cambiar el destino del país y de su juventud, sino el sentido de la responsabilidad individual, moral y social inculcado en las mentes jóvenes. Sólo eso puede evitar esta catástrofe civilizatoria que se cierne sobre el mundo, especialmente en estos tiempos de pospandemia.
Reinsertar en la escuela a más de 24 millones de niños no escolarizados tras la pandemia no es tanto un reto como impartirles una educación basada en valores, que les haga moral y socialmente responsables de sí mismos y de sus comunidades. Este debería ser, en mi opinión, el verdadero papel y el objetivo de la educación del siglo XXI; y eso puede lograrse no con mera formación académica, sino con educación moral, que debe convertirse en parte integrante del sistema educativo global. Para mí, la moral no es más que la capacidad de pensar bien, hablar bien y actuar bien, en todo momento. Por lo tanto, la educación moral debe capacitar a los estudiantes para actuar “bien” en todas las situaciones, en todo momento y lugar.
Al igual que cualquier otro tipo de educación, la educación moral también tiene tres componentes, a saber: Currículo, Pedagogía y Evaluación, y cada uno de estos aspectos debe ser examinado en profundidad.
Currículo
En la India, desde la antigüedad, la educación no era un proceso de información sino de transformación o perfeccionamiento. La adquisición de conocimientos materiales era solo el objetivo inferior; el superior era el conocimiento del ser como Divino. El muṇḍaka upaniṣad hablaba de dos tipos de educación: aparā y parā.
Por lo tanto, el plan de estudios debe ser reinventado para incluir el conocimiento superior, el parā vidya, que debe contener un componente moral. Sin embargo, ninguna moral resiste la prueba del tiempo sin una sólida base espiritual. Por lo tanto, solo puede hacer justicia a este esfuerzo un plan de estudios que incluya la educación moral, basada en la unidad espiritual de todos. Cuando hablamos de espiritualidad, no nos referimos necesariamente a la religión. Una apreciación de los buenos pensamientos de todas las religiones puede ayudar, pero más allá de eso, una comprensión más profunda de toda la creación como divina es un conocimiento mucho más importante, que debe ser enseñado. Esto debería conducir al respeto y la reverencia hacia todos los seres, sintientes y no sintientes, conduciendo así a la idea de «ayuda a todos, no dañes a nadie». La base del currículo moral a nivel mundial debería tomar los valores universales de todas las religiones y filosofías, e incluir las mejores prácticas de todas las culturas. Por ejemplo, en nuestros gurukulam o internados, diez valores universales están estructurados en un currículo, y se enseñan con mayor profundidad cada año que pasa, desde el primer curso hasta el duodécimo (6-18 años). Los valores elegidos son: Verdad, Conducta Correcta, Amor, Paz, No Violencia, Patriotismo, Espíritu de Unidad, Espíritu de Servicio, Medio Ambiente y Sintiencia.
Pedagogía
El siguiente paso en la educación moral es la pedagogía, que consiste en los medios y métodos desplegados en el proceso educativo. A diferencia de la mayoría de los otros tipos de educación informativa, que enseñan diversas materias, la educación en valores morales es transformadora en su esencia. Es la única manera de enseñar realmente los valores morales: a través de la práctica y la demostración en la vida cotidiana. Por lo tanto, el papel de los profesores es fundamental. No deben limitarse a predicar, sino practicar realmente los valores, y de ahí el nombre de acharya. Acharati iti acharya significa “maestro es quien practica”. La falta de modelos de conducta en la vida real es el verdadero problema que nos ocupa, sin los cuales todo conocimiento teórico de los valores morales cae por su propio peso. El cuello de botella es la necesidad de contar con el tipo adecuado de profesores apasionados, formados y, sobre todo, que practiquen los valores.
Aparte de esto, es crucial incluir a los padres en este proceso de educación moral de los alumnos, ya que los padres son partes interesadas e influyentes cuando se trata de sus propios hijos, especialmente mienstras están en casa después del horario escolar. Aunque el niño pasa dos tercios de su tiempo despierto en la escuela, el tercio restante está en casa, y por lo tanto hacer de la educación moral un proceso sin fisuras desde la escuela hasta el hogar requiere también la participación de los padres. Hay dos programas útiles para asegurar una pedagogía apropiada: «Guru Vikas» para formar a los profesores, y «Sai Parenting”[1] para los padres. Estos dos programas son ofrecidos para maestros y padres, por nuestros gurukulam.
Evaluación
La tercera y más importante pata del trípode de la educación moral es la evaluación. Como ya se ha mencionado, la educación moral es un proceso de transformación, y la única manera de evaluar si el niño ha aprendido algo es observando la transformación que se produce en él. Aunque los exámenes teóricos pueden ayudar a comprobar los conceptos, la verdadera prueba son los cambios prácticos de comportamiento. Por lo tanto, la mayor parte de los esfuerzos deben dirigirse a que sea un aprendizaje basado en actividades prácticas, cuyos resultados sean también acciones prácticas. Esto incluiría evaluar el proceso de pensamiento del niño a través de debates, para preparar al niño para situaciones prácticas mediante el estudios de casos. A continuación, animar al niño a practicarlo realmente en un entorno controlado similar a la vida real y, finalmente, en situaciones de la vida real. Naturalmente, este enfoque requiere la participación de las tres partes interesadas: profesores, padres y el propio niño. Las actividades comunitarias y de servicio social pueden ayudar no solo a formar a los niños, sino también a ponerlos a prueba sobre bases morales elevadas. La cuestión moral más difícil brota del propio egoísmo, que nos hace comportar de manera perjudicial para los demás, por lo que lo contrario es, naturalmente, un acto de altruismo. Del mismo modo, todos los demás valores morales, desde la verdad hasta la sintiencia consciente, necesitarían pruebas prácticas en este enfoque de tres pasos, que consiste en estudios de casos, entornos controlados y situaciones de la vida real.
Como resultado de un estudio de caso, se puede aprender a no odiar, y tambiéna amar; en un entorno controlado de juegos de rol por parte de padres y profesores, las convicciones del niño pueden ser puestas a prueba. Sin embargo, la verdadera prueba de fuego sería que en algún momento el niño se encontrara en una situación de la vida real, y la compartiera con los profesores y los padres con un enfoque de autoevaluación.
Un enfoque colectivo e integrado del currículo, la pedagogía y la evaluación, junto con la participación de las tres partes interesadas —profesores, padres y alumnos— puede conducir al éxito de la educación moral.
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[1] “Paternidad Sai”