LA VIDA DEL SEÑOR JESÚS
por Swami Sivananda
# El mensaje de su nacimiento
La Luz Suprema descendió a este mundo mortal de penumbra y oscuridad, hace dos mil años. La Ley que gobierna el descenso del Señor sobre la tierra es la misma en todo momento y en todas partes. Cuando la injusticia crece y la rectitud está menguando, cuando las fuerzas no divinas parecen ser más fuertes que las divinas, cuando la Palabra de Dios o los mandamientos de sus Mensajeros son olvidados o desobedecidos, cuando el fanatismo religioso sigue la letra de las escrituras matando al espíritu, es entonces que el Señor se encarna en la tierra, para rescatar al Hombre, para salvar la justicia. Es por eso que encontramos tanto en común entre el nacimiento del Señor Jesús y el Avatara de Sri Krishna. Incluso al nacer, el Señor había comenzado a transmitir Su Mensaje en silencio. Eligió, no un palacio sino un establo, para ser su primer hogar terrenal. Escogió no a padres de la realeza, sino a personas humildes, pobres, pero fieles y piadosas para reconocerlo como el Señor del Universo, como su descendencia. Su escala de valores es diferente a la mortal. A sus ojos, la pompa y el esplendor terrenales, como también el orgullo de la piedad y la vanidad del intelecto, no son receptáculos dignos de su herencia: porque, «Bienaventurados los puros de corazón, pues ellos verán a Dios». María, la Divina Madre del Señor Jesús, ya había sido informada por sus Ángeles de que el Hijo de Dios nacería de ella. Se casó con un buen hombre llamado Jose, el carpintero. Vivían en Nazaret. El gobernante de la region en la que vivían aprobó una orden para que todas las personas registraran sus nombres en su pueblo o aldea natal y luego pagaran impuestos. José tuvo, por tanto, que ir a Belén, su lugar natal. Sin embargo, cuando llegaron allí, se encontraron con que prácticamente no tenían una casa o posada decente para vivir, y tuvieron que pasar la noche en un establo. Fue aquí donde nació el Señor. Los pastores benditos, puros y piadosos fueron los siguientes en ver al Señor.Vigilaban a sus ovejas en el campo; y un ángel apareció ante ellos y les informó del Nacimiento Divino. Luego, los ángeles cantaron una hermosa canción de alabanza al Señor y, al hacerlo, revelaron el propósito de Su descenso: «Gloria a Dios en lo más alto, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». El Señor Jesús había venido a este mundo de hombres para restablecer la autentica y más alta gloria de Dios, la paz en la tierra y la buena voluntad en los corazones de los hombres hacia todos sus semejantes. Estos pastores bendecidos fueron las primeras almas agraciadas en la tierra que literalmente adoraron al Salvador. Ocho días después de su nacimiento, sus padres lo llevaron al templo de Jerusalén para ser presentado a Dios, como era la costumbre judía de entonces. Un buen anciano de Jerusalén, llamado Simeón, fue el siguiente en reconocer la Divinidad del Señor Jesús. Cuando vio al Señor en el templo, supo que Jesús era el Salvador, la Luz Divina que había descendido a la tierra para disipar las tinieblas de la ignorancia y el pecado, para redimir al pueblo y guiarlo por el camino del amor y la bondad, a la realización del Reino de Dios interior. Ese día, en el templo, Ana, una profetisa, también vio al Señor Jesús y proclamó que era el Hijo de Dios, que brillaría como la Luz del Mundo. Poco después, los sabios de Oriente llegaron a Belén para rendir homenaje al Señor. Cuando nació Jesus, una estrella excepcionalmente brillante resplandeció en el cielo; y estos sabios sabían que era la señal segura de que había llegado el Mesías prometido por los profetas anteriores. Se dispusieron a adorar al Mesías. Siguieron la dirección de la estrella y llegaron al reino de Herodes. Explicaron su misión al rey Herodes, a quien su relato asustó más de lo que agradó; y Herodes les pidió que le hicieran saber también a él sobre el paradero del Divino Niño, para permitirle, como les dijo, adorarle, aunque en el fondo de su corazón deseaba acabar con el. Los sabios continuaron persiguiendo la estrella que brillaba sobre la casa del Señor. Reconocieron al Divino Bebé, se arrodillaron, lo adoraron y le ofrecieron costosos obsequios, como una humilde muestra de su devoción y reverencia.
# Protección Divina para el Niño Jesús
Los ángeles les advirtieron que no revelaran el paradero de Jesús a Herodes, por lo que los magos siguieron su camino sin volver a encontrarse con el rey. Herodes, por lo tanto, frustrado por su nefasta ambición, ordenó que todos los niños de Belén menores de dos años fueran sacrificados sin piedad. Sus oficiales cumplieron con prontitud las órdenes; y miles de niños fueron enviados rápidamente a los Pies de Loto del Señor, en el Cielo. Pero José y María, junto con el Señor Jesús, estaban advertidos por los ángeles del peligro que se avecinaba, y asi escaparon a Egipto sobre el cual Herodes no tenía autoridad. El Señor permaneció en Egipto por algún tiempo, hasta que los ángeles aparecieron nuevamente y anunciaron la muerte del rey Herodes. Aunque José, María y Jesús regresaron a su país natal, optaron por ir a Nazaret, ya que José sintió que la vida no era segura cerca del hijo del rey Herodes que gobernaba en Judea. En Nazareth, el Señor Jesús, el Hijo de Dios, la Encarnación de Su Luz, el Salvador, creció como un hijo obediente de sus padres piadosos y aprendió carpintería de José. El Divino Maestro que más tarde en la vida moldearía a los doce grandes apóstoles, y cuyas ardientes palabras transformarían para siempre los destinos de innumerables seres humanos e incluso naciones sobre la tierra, se ocupó de aprender el oficio de su padre, fabricar herramientas y muebles de madera en bruto.
# Los primeros rayos de luz
Cuando el Señor tenía doce años, José y María lo llevaron a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Jesús estaba muy interesado en el templo y los discursos de los sacerdotes allí. De hecho, estaba tan absorto en los pensamientos de Dios y Su Ley Divina, que cuando sus padres dejaron el templo y regresaban a Nazareth, el niño retornó al templo y se unió a un grupo de maestros que estaban discutiendo cuestiones religiosas. Incluso para estos maestros de la filosofía, sus palabras fueron asombrosas. Pronto José y María descubrieron que Jesús no los estaba siguiendo. Con gran consternación regresaron al templo y lo encontraron allí. María lo reprendió gentilmente por alejarse así de ellos, a lo que el Señor respondió con estas maravillosas palabras místicas: «¿No sabes que debo estar en los negocios de mi Padre?» Los cariñosos padres estaban aún más perplejos. Durante unos catorce años después, Jesús pasó su vida en la India y vivió como un monje hindú o budista.Tenía un desapasionamiento ardiente y espíritu de renuncia. En la India asimiló sus ideales y principios. Algunos cristianos no creen en este relato del «período perdido» del Señor. Argumentan que no se menciona específicamente en la Biblia. En asuntos relacionados con personas que vivieron hace casi veinte siglos, seguramente habrá ligeras divergencias de opinión. El Antiguo Testamento, naturalmente, no puede contener ninguna referencia. El Nuevo Testamento consta de evangelios, etc., escritos por Sus discípulos, después de que Él fuera iluminado. Es obviamente inútil buscar una referencia sobre el período anterior a este (que es el período durante el cual viajó a la India, donde recibió la iniciación de sabios y videntes) en relatos de sus acciones escritos por personas que nunca podrían haber tenido ningún conocimiento de sus primeros días. Muchos historiadores han creído que, en algún momento durante el período perdido, Jesús estuvo en la India. De todos modos no hay nada insostenible en esta visión, y su aceptación sólo fortalecería los lazos de amor entre Oriente y Occidente, y promovería la buena voluntad entre los dos hemisferios, que es la Misión del Señor.
# Dios encarnado busca un gurú
Juan el Bautista, hijo del sacerdote Zacarías y su esposa Isabel, había comenzado, de acuerdo con la profecía del Arcangel Gabriel, a bautizar a las personas y prepararlas para recibir la Luz del Señor Jesús. Jesús tenía ahora unos treinta años y buscó a Juan para que lo bautizara a orillas del río Jordán. Juan reconoció la Divinidad de Jesús y preguntó: «¿Vienes a mí cuando yo necesito ser bautizado por Ti?» Pero el Señor había decidido dar un ejemplo a la humanidad: la iluminación espiritual se puede obtener a través de un Guru (preceptor). En el momento en que se completó el bautismo, el Señor Jesús tuvo una visión del espíritu de Dios que descendía como una paloma y se posaba sobre Él, y escuchó una voz celestial que decía: «Tú eres Mi hijo bienamado, estoy muy complacido contigo». Incluso Juan el Bautista había declarado a menudo que el Señor Jesús era más grande que él. ¡Pero miren la devoción del Señor a Su Preceptor! Dijo: «De los nacidos de mujer, no ha surgido otro mayor que Juan el Bautista». La devoción al Guru es la llave que abre los reinos divinos; e incluso el Ser Supremo, la Masa de la Conciencia suprema, cuando desciende sobre esta tierra, establece un gran ejemplo de la devoción al Guru.
# Tentaciones y triunfo
Después del bautismo, el Señor Jesús recurrió a la reclusión en el desierto, practicó austeridades extremas y ayunó. Al final de 40 días de ayuno, tuvo hambre. Sin duda, las austeridades y la meditación le habían ganado poderes divinos para obrar milagros.Y el Señor hizo milagros para salvar a la gente y sanarla. “¿Por qué no usar esos poderes ahora, convertir piedras en pan y aplacar su hambre?”, tentó Satanás, el Maligno. Pero el Señor Jesús se negó resueltamente a ceder a esta tentación, diciendo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Entonces, nuevamente, surgió la tentación de probar los poderes milagrosos; “¿Por qué no te arrojas desde una torre alta del templo; si eres el Hijo de Dios, los ángeles te sostendrán», susurró Satanás. Pero una vez más, el Señor Jesús hizo a un lado al tentador, diciendo: «No tentarás al Señor tu Dios». Una tercera tentación fue puesta ante Él, cuando el Maligno lo llevó a la cima de una montaña alta, le mostró el mundo y dijo: «Todo esto te daré, si postrado me adoras». Pero, ¿estaria el Señor Jesús de acuerdo? No. Se endureció y reprendió: “Vete, Satanás; porque está escrito en las Escrituras: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás’ «. El Maligno desapareció y los ángeles ministraron al Señor. En este gran incidente de Su vida, el Señor no sólo nos dio tres piezas de instrucción muy inspiradoras, sino que también nos advirtió con su propio ejemplo que los poderes psíquicos deben ser considerados como obstáculos en su camino por el verdadero aspirante espiritual, y que incluso si, por Su Gracia, estos poderes le llegan, nunca debería pensar en utilizarlos para sus fines egoístas. Aún cuando su vida estaba en juego, el Señor Jesús no usaría sus poderes milagrosos para evitar que lo crucificaran.Todos los milagros que realizó durante su jornada fueron impulsados por la suprema compasión de su corazón, que rebosaba de amor y misericordia hacia todos los seres. Sanó a los enfermos e incluso resucitó a los muertos. Pero lo que realmente hizo fue echar fuera a los demonios de las personas a quienes sanó. Sus malas acciones pasadas y sus tendencias malvadas ocultas habían tomado la forma de dolencias físicas y mentales. Jesús reclamó las almas perdidas y les devolvió su prístina pureza: obtuvo para ellas la Misericordia y el Perdón del Señor. En Su radiante Presencia, no solo tenían una gran fe en Dios, sino que sentían un verdadero anhelo por seguir al Señor Jesús y llevar una nueva vida divina de acuerdo con sus instrucciones. Fue esta fe y este verdadero arrepentimiento que se tradujo de inmediato en una autotransformación completa, lo que brotó del Señor Jesús, Su compasiva Gracia Sanadora.
# El aspecto espiritual de los milagros de Jesús
Jesús, después del período de su reclusión y austeridades, regresó a su pueblo natal, ansioso por impartir Su sabiduría a sus semejantes. Juan el Bautista ya había declarado a la gente que el Reino de Dios estaba cerca y pidió que se arrepintieran con un corazón contrito y efectuaran un cambio interior en sí mismos para poder entrar en el Reino de Dios. Jesús también comenzó con una repetición de este Mensaje. Pero, mientras que Juan había retratado a Dios como un juez severo, el Señor Jesús habló de Él como el Padre Todomisericordioso que amaba salvar al pecador. Para el Señor Jesús, la fe en Dios, la sinceridad en la oración y la disciplina ética estaban muy por encima de las observancias y ceremonias religiosas. Esto le hizo amigo de los sectores oprimidos y negados del pueblo y de aquellos a quienes la iglesia ortodoxa había excomulgado. Jesús les dio la bienvenida a todos, perdonó sus pecados y los bendijo. “Venid a mí todos los que estáis atribulados y cargados, y yo os haré descansar”, dijo Él; y miles lo buscaron y encontraron paz y consuelo a Sus pies. Uno de sus doce discípulos escogidos, era un publicano, rechazado y despreciado por los judíos ortodoxos. Y, uno de los más grandes y cercanos de sus seguidores fue María Magdalena, quien era tan pecadora que se dice que el Señor Jesús echó fuera siete demonios de ella. Un día, mientras pasaba el Señor, una multitud se reunió alrededor de una mujer que había sido acusada de adulterio y condenada «a morir apedreada». Cuando la multitud estaba a punto de llevar a cabo esta ejecución, el Señor Jesús apareció en escena.Tal era la personalidad magnética y divina que poseía, que la gente obedeció instintivamente su mandato de desistir del cruel acto. Cuando escuchó la historia del pecado «imperdonable» de la mujer, dijo en voz baja: «El que de entre vosotros esté libre de pecado, arroje la primera piedra sobre ella». Esta poderosa expresión del Señor volvió de inmediato la mirada de cada uno allí dentro de sí mismo. ¿Quién podría estar sin pecado? La introspección reveló sus propios defectos. Uno a uno, la gente bajó la cabeza y abandonó el lugar. «¿Dónde están?», preguntó el Señor Jesús a la mujer, «¿Ningún hombre te condenó?» “No, mi señor,” dijo ella. “Ni yo te condeno; sigue tu camino y no peques más”, dijo el Señor resumiendo en este hermoso incidente la esencia misma de Su Divino Mensaje. En otra ocasión, cuando un devoto bañó los pies del Señor Jesús con sus lágrimas, se los secó con sus cabellos y les aplicó un ungüento precioso sobre ellos, el Señor la bendijo y le concedió el perdón de todos sus pecados. Esto enfureció a algunas personas, quienes cuestionaron su derecho a otorgar perdón por los pecados.
# Espíritu vs Forma
Para entonces, los primeros discípulos se habían reunido alrededor del Señor Jesús. Los fariseos en una ocasión encontraron a los discípulos de Jesús arrancando maíz el día de descanso y comiéndolo. Cuando esto fue puesto en conocimiento del Señor, Él dijo: “El sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado; de modo que el Hijo del Hombre es señor aun del sábado «. Esto disgustó mucho a los fariseos que esperaban otra oportunidad. Mientras Jesús estaba enseñando en una sinagoga un día de reposo, los fariseos le llevaron a un hombre enfermo, queriendo saber si lo curaría en ese día. Jesús se volvió hacia ellos y les preguntó: «¿Es correcto hacer el bien o el mal en el día de descanso?» No pudieron contestar. Jesús se volvió hacia el enfermo y lo sanó. Esto puso definitivamente a los fariseos en su contra. Jesús había ido a Jerusalén para asistir a la fiesta de la Pascua y Nicodemo, uno de los principales fariseos, se encontró con el Señor por la noche. Aunque reconoció que Jesús era un maestro que había venido de Dios, dijo: «No puedo comprender ni apreciar todo lo que enseñas». A esto, el Señor respondió con palabras llenas de profundo significado espiritual: «El hombre debe nacer de nuevo si quiere ver el Reino de Dios; renacer no del cuerpo, sino en el sentido espiritual». El Señor Jesús proclamó que un verdadero cambio de corazón constituía este renacimiento. En su camino de regreso a Galilea desde Jerusalén, Jesús pasó por Samaria. En Sicar descansó cerca de un pozo, mientras sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar comida. Una mujer samaritana llegó al pozo a buscar agua; y el Señor le pidió que le diera de beber. Dudó porque ningún judío podía tener nada que ver con los samaritanos. Entonces, el Señor le habló de su vida pasada. De inmediato comprendió que el Señor Jesús era un profeta; y él también admitió que era el Mesías. La mujer sorprendida enseguida difundió la noticia a toda la gente de la ciudad y ésta se reunió a su alrededor proclamando: «Este es verdaderamente el Cristo, el Salvador del mundo». Cuando el Señor Jesús regresó a Caná, un noble se le acercó y le oró por Su Gracia Sanadora sobre su hijo, que yacía peligrosamente enfermo en Capernaum. El Señor respondió: «Ve, que tu hijo vivirá». En el mismo momento en que el Señor pronunció estas palabras, el niño había recuperado la salud. Incluso cuando el noble regresaba a Capernaum, sus sirvientes lo recibieron con esta feliz noticia.
# La misión del Señor
Un día de descanso en Nazareth, el Señor Jesús reclamó para Sí mismo el cumplimiento de la profecía de Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para predicar, sanar y liberar”. Esto enfureció mucho a la congregación en la sinagoga. Aunque el Señor había sido reconocido como el Hijo de Dios, como un Profeta y como la Luz del Mundo por otros, para la gente de Nazaret, ¡Jesús no era más que el hijo de un carpintero! Estas personas desafortunadas expulsaron a Jesús de Nazaret. Dijo el Señor: «En su propia tierra, un profeta no tiene honor». Luego Jesús fue a Capernaum, junto con sus discípulos. Multitudes de personas se reunían a su alrededor dondequiera que iba; y les predicó la religión verdadera a todos ellos. Un día vio a Andres y Pedro limpiando sus redes de pesca. Como de costumbre, se había reunido a su alrededor una multitud; y así, sentado en la barca de Pedro, el Señor Jesús predicó Su Evangelio a la multitud. Luego, le pidió a Pedro que se lanzara a lo profundo del mar y soltara las redes. Pedro no tenía muchas esperanzas de pescar; pero obedeció al Señor. Pescó tantos peces que tuvo que buscar la ayuda de varios otros camaradas para arrastrar la red hacia arriba. Volviéndose hacia ellos, el Señor Jesús dijo: «Síganme y los haré pescadores de hombres». Lo siguieron implícitamente y se convirtieron en Sus discípulos elegidos. Sus parientes habían oído hablar de su actitud y del extraño evangelio que predicaba, y también descubrieron que así estaba incurriendo en el disgusto de los poderes fácticos. Pensaban que estaba fuera de sí y querían persuadirlo para que abandonara esta oposición a la autoridad constituida. Mientras predicaba a la orilla del lago en Capernaum, sus hermanos y su madre fueron a recibirlo. Cuando se le informó de su llegada allí, preguntó: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?», y él mismo respondió: “He aquí mi madre y mis hermanos”, señalando a los que estaban sentados a su alrededor; “Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”, otorgando así la relación más cercana con Él, a toda la humanidad en todos los tiempos por venir. La fama de Jesús como sanador divino se extendió por todas partes; y la gente acudía a él de lejos y de cerca para ser sanada de diversas dolencias. Un día, mientras predicaba, en una sinagoga de Capernaum, le llevaron a un hombre que tenía un ataque de locura. Jesús reprendió al espíritu de locura que lo poseía y dijo: “¡Silencio! Sal de él». El hombre fue sanado. De manera similar, la suegra de Pedro se curó de una fiebre grave; y cientos de personas más fueron curadas con un simple toque de Su mano. Un día, al ver que la gran multitud lo seguía, subió a una colina y predicó su famoso «Sermón del Monte». Mientras bajaba de la montaña, un leproso se le acercó y le oró por Su gracia sanadora. Con un simple toque, el Señor Jesús lo curó. Un centurión se le acercó y le dijo que su criado estaba enfermo en casa. Aunque el Señor Jesús prometió ir a la casa del centurión, este oró sinceramente, que no necesitaba y que su simple deseo curaría al sirviente enfermo en casa. El Señor Jesús admiró su fe y comentó: «No he encontrado una fe tan grande, no, no en Israel». Bendijo al sirviente y, aunque estaba físicamente lejos, fue sanado instantáneamente. Al ver que las multitudes lo seguían adondequiera que fuera, el Señor Jesús decidió navegar hacia el país de los gergenses. Cuando abordó el barco, un escriba quiso acompañarlo. El Señor Jesús se volvió hacia él y le dijo: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. El Gran Señor no tenía hogar propio; pero hoy todo corazón humano es Su Morada, tal es el fruto glorioso de la renuncia. Quien quiera seguirle, debería igualmente abandonar todo apego a las cosas del mundo y, renunciando a todo lo mundano, alcanzar la Libertad. Otro, un discípulo, quería dejarlo para enterrar a su padre muerto. A él, el Señor le dijo: «Sígueme, deja que los muertos entierren a sus muertos». Ese es Su llamado conmovedor. “Sígueme”, dice Él. No pienses en las preocupaciones sin sentido del mundo donde las personas que están muertas a la comprensión de su naturaleza real, lloran y entierran a los que están muertos para el mundo. Aquel que esté consciente de su verdadero deber, lo seguirá. Asi subieron al barco y se alejaron. Por la noche, una violenta tempestad se desató sobre el mar y la embarcacion fue arrojada sobre olas furiosas. A los discípulos les preocupaba que la barca fuera lanzada sobre las olas y que naufragara. Fueron al Señor y lo despertaron. Él sonrió ante su falta de fe — ¿cómo podia volcar la barca con Él a bordo? — Y ordenó que la tempestad se detuviera. Todo quedó en silencio de inmediato; esto aumentó grandemente la fe de los discípulos en Él: «¡Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen!», se dijeron el uno al otro. Cuando regresó a su propia ciudad una vez más, la gente le trajo a un hombre que padecía de parálisis. El Señor pronunció Su bendición sobre él, diciendo: “Hijo, ten buen ánimo; tus pecados te son perdonados «. «Esto es una blasfemia», gritaron los escribas. Pero el Señor reafirmó que tenía el poder en la tierra para perdonar los pecados de los hombres y le ordenó al enfermo que se levantara y caminara a su casa. He aquí que el milagro sucedió y el hombre fue sanado. El Señor Jesús cenaba frecuentemente con los fariseos y también con aquellos a quienes la gente consideraba pecadores. Los hombres de religión ortodoxa no pudieron entenderlo. Él disipó sus dudas con su audaz declaración: “Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos.Tendré misericordia y no castigos; porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento». Un día, un rey se acercó al Señor y le dijo: “Mi hija ha muerto; pero tengo la fe de que si vienes y la tocas, ella vivirá de nuevo». El Señor siguió al gobernante hasta su casa; y en el camino tuvo lugar otro supremo milagro de fe. Una pobre mujer gravemente afligida por una enfermedad que la hizo sangrar profusamente, simplemente tocó Su manto mientras caminaba, y fue sanada instantáneamente. Más tarde, cuando el Señor posó su mano sobre la hija del Rey, ella se levantó y volvió a la vida. Así, dondequiera que iba, el Señor sanaba a los enfermos, hacía ver a los ciegos y volver a oír a los sordos. Juan el Bautista fue asesinado. Cuando el Señor Jesús se enteró, abordó un barco y se fue al desierto. Una multitud lo siguió allí también. Cuando llegó la noche, los discípulos encontraron que sólo tenían cinco panes y dos pescados; ¡y había como cinco mil hombres y sus familias para participar de estos! Pero, el Señor Jesús ofreció una oración al cielo, partió los panes y alimentó a todos. Les pidió a Sus discípulos que se alejaran de allí y Él mismo se recluyó para orar. En la oscuridad de la noche los discípulos que estaban en la barca que se había alejado de la orilla miraban con asombro a Jesús que caminaba sobre el agua hacia ellos. Incluso pensaron que era un espíritu. Pedro le dijo al Señor: «Si eres Tú, Señor, haz que yo también camine sobre el agua». Jesús dijo: “Ven”, y Pedro pudo caminar sobre el mar. Pero en un momento se asustó por el viento y su fe tembló; y de inmediato comenzó a hundirse. Jesús extendió su mano, lo salvó y dijo: «Oh hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» El que tenga fe en el Señor puede lograr cualquier cosa en la tierra. Un día, un joven rico se acercó al Señor y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» El Señor Jesús respondió: «Debes guardar los mandamientos». “Oh, sí”, respondió el joven: “y los he guardado desde mi infancia. ¿Qué más deberia hacer?» “Hay una cosa más”, dijo Jesús, “Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Entonces toma tu Cruz y sígueme». Ante la sola mención de este sacrificio y renuncia, el joven se alejó. El Señor Jesús comentó: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el Reino de Dios».
# La Transfiguracion
Un día, el Señor llevó a Pedro, Santiago y Juan a un retiro en la montaña. De repente, el Señor Jesús se transfiguró ante ellos. Su rostro brillaba como el sol y su ropa también era lustrosa. Con Él estaban Moisés y Elías. Una nube brillante los cubrió, y una voz dijo: «Este es Mi Hijo Bienamado, en quien tengo complacencia, a él oíd». Los discípulos tuvieron miedo y cayeron. El Señor Jesús se acercó a ellos, los tocó y dijo: “Levántense, no teman”. Cuando levantaron la cabeza, sólo vieron al Señor Jesús y se maravillaron de la Visión que tuvieron de Él. Así, Jesús enseñó muchas lecciones importantes a sus discípulos y a otros; y habló con valentía y autoridad sobre la ética revelando verdades espirituales a través de parábolas.
# Cruzada contra la hipocresía
Entonces, un día, fue a Jerusalén. Allí, en el templo, ahuyentó a todos los que llevaban a cabo transacciones comerciales, comprando y vendiendo bienes terrenales, y les recordó: “Escrito está: Mi Casa será llamada casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones”. Al ver sus maravillosos poderes milagrosos para sanar, la gente lo aclamó como «El Hijo de David»; y esto irritó a los sacerdotes. Lo asaltaron con numerosas preguntas a las que Jesús respondió de una manera que causó asombro y celos. Pero los sacerdotes no podían hacerle daño, porque temían la reacción del público, ya que la gente lo consideraba un profeta. En términos inequívocos, denunció a los fariseos y escribas. Dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois como sepulcros blanqueados, que en verdad parecen hermosos por fuera, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda impureza. Así también vosotros por fuera os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e injusticia”. Las enseñanzas de Jesús habían enojado mucho a estos hipócritas y estaban conspirando para poner fin a Su vida. Él también, durante los últimos días de su estancia en esta tierra, con frecuencia predijo que sería crucificado. Cuando el Señor Jesús estaba en Betania, un día se le acercó una devota y con gran fe y devoción lo ungió con un ungüento muy costoso. Incluso los discípulos del Señor sintieron que era un derroche y comentaron que ella también podría haberlo vendido y servir a los pobres con el dinero. Pero Jesús, que comprendió su corazón y también los acontecimientos venideros, comentó: “¿Por qué molestáis a la mujer, que ha hecho en mí una buena obra? Pues a los pobres siempre los tendréis con vosotros; pero a mí no siempre me tendréis. Porque en cuanto derramó este ungüento sobre mi cuerpo, lo hizo para mi sepultura».
# La traición
Ahora sucedió algo extraño. Si era inevitable, sin embargo fue una vergüenza. Uno de sus propios discípulos traicionó al Señor. Tal como dijo el Señor mismo durante la Última Cena, “Ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre sea entregado; le hubiera valido a ese hombre no haber nacido». Mientras los fariseos conspiraban para acabar con el Señor, Judas Iscariote fue a los principales sacerdotes y se ofreció a traicionar a Jesús por una suma de treinta piezas de plata. Se acercaba la fiesta de la Pascua. Como ordenó el Señor, los discípulos se prepararon para la celebración en la casa de un ciudadano piadoso. Curiosamente, tan pronto como ellos también se sentaron y comenzaron a comer, el Señor Jesús dejó caer un comentario: “De cierto os digo que uno de vosotros me va a entregar”. Hubo una gran consternación en los corazones de todos. Incluso dio una pista de que sabía quién sería, al explicarlo: «El que pusiere la mano conmigo en el plato, me entregará». Pero tal vez no se dieron cuenta de a quién se refería.
# La Santa Cena
Durante esta Santa Cena, el Señor tomó un pan, lo partió y lo repartió entre sus discípulos diciendo: “Este es mi cuerpo”; y les dio vino con la significativa observación: «Esta es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados». Sí, el Todomisericordioso Señor Jesús vivió y murió para que los pecados de la humanidad pudieran ser perdonados y que los hombres aprendieran a arrepentirse verdaderamente y llevar una vida divina a partir de entonces. Cuando terminó la Santa Cena, el Señor se arrodilló a los pies de cada uno de sus discípulos y le lavó los pies. A los asombrados discípulos, les dijo: «Si yo, vuestro Señor y Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros». Cuando todos se dirigían al monte de los Olivos, el Señor dio una amplia pista de los acontecimientos que pronto siguieron. Pedro afirmó su devoción al Señor, a lo que éste respondió: «Esta noche, antes de que cante el gallo, me negarás tres veces».Todos estaban perplejos.
# El Señor es arrestado
Luego llegaron a un lugar llamado Gethesemane. El Señor Jesús quería recluirse por un tiempo y orar al Padre Divino. Él ora. Sabe que ha llegado el fin. Ora: «Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase Tu voluntad». Los tres discípulos que había llevado consigo a este lugar apartado, no pudieron ni siquiera vigilar y esto evoca del Señor la observación: «el Espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil».Tres veces oró al Señor en esa fatídica noche. Llamó a sus discípulos para que fueran; pero instantáneamente fue rodeado por una multitud de personas, encabezadas por los principales sacerdotes armados con varias armas. Judas les había dicho a los sacerdotes que para señalarles quién era el Señor Jesús, lo besaría. Judas se acercó al Señor y, como por devoción, lo besó. Esta fue la señal para que la gente arrestara al Señor. Uno de los discípulos del Señor, queriendo defenderlo, sacó una espada y le cortó la oreja a un siervo de los sacerdotes.Y esto arrancó del Señor las palabras memorables: “Vuelve a poner la espada en su lugar; porque todos los que tomen la espada, a espada perecerán», máxima que los gobernantes de todas las naciones harían bien en recordar. El Señor ni siquiera estuvo dispuesto a orar al Padre Divino por ayuda milagrosa en esta ocasión, porque se haga Su Voluntad. Tuvo que ser crucificado para que durante todo el tiempo la Cruz permanezca como el símbolo más sagrado de sacrificio y amor.
# Juicio y Veredicto
Se llevó a cabo un simulacro de juicio ante el sumo sacerdote Caifás, donde se acusó al Señor de blasfemia. El sumo sacerdote dijo: «Te conmino por el Dios viviente, para que nos digas si eres el Cristo, el Hijo de Dios». El Señor Jesús respondió: “Tú lo has dicho. Sin embargo te digo, en lo sucesivo veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios y viniendo en las nubes del cielo”. Los sacerdotes lo sentenciaron a muerte por esta blasfemia. Al mismo tiempo, se le preguntó a Pedro, afuera, si era discípulo del Señor Jesús: y, asustado, ¡lo negó! El gallo cantó después de la tercera negación; y de repente, al darse cuenta de su error, Pedro salió y lloró amargamente. Luego, el Señor Jesús fue llevado ante el gobernador Poncio Pilato. Mientras tanto, Judas, que se había dado cuenta del error cometido, se acercó a los sacerdotes y arrojó las piezas de plata ante ellos y dijo: «He pecado por haber traicionado sangre inocente». ¡Pero era demasiado tarde! Salió corriendo y se ahorcó.
# Cristo en la cruz
El juicio ante Pilato fue muy parecido al anterior. Los sacerdotes y los ancianos tenían muchos cargos contra el Señor. Todos clamaban una y otra vez: «Que sea crucificado». Pero la esposa de Pilato tuvo sueños extraños y sintió que su esposo no debería derramar la sangre del inocente Señor Jesús. Ella se lo dijo. Cuando Pilato descubrió que era inevitable, tomó agua y se lavó las manos de este terrible pecado. Había hecho todo lo posible por liberar al Señor, encontrándolo inocente. Pero los sacerdotes y otros se salieron con la suya. Cuando fue condenado a muerte en la cruz, fue llevado a un lugar llamado Gólgota. Le habían colocado una corona de espinas en la cabeza. En el Gólgota lo crucificaron. El Señor dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Pilato tenía la acusación escrita sobre su cabeza: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Muchas fueron las personas que se burlaron de él. Pero no se inmutó. Al lado de la cruz estaban la madre de Jesús y la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Después de un tiempo, el Señor Jesús imploró: «Tengo sed»; y los guardias le dieron un poco de vinagre. Por fin exclamó: “Padre, en Tus manos encomiendo mi espíritu”, y al decirlo, entregó el espíritu. Hubo un gran terremoto. Se abrieron los sepulcros y se levantaron los cuerpos de los santos que yacían allí. Mucha gente tuvo visiones de estos santos. Un hombre rico llamado José de Arimatea le pidió a Pilato que le diera el cuerpo de Jesús. El cuerpo fue colocado en un sepulcro que estaba firmemente sellado con una piedra grande. Al tercer día, hubo un gran terremoto. Un ángel del cielo había abierto el sepulcro. Los guardianes del sepulcro y las mujeres —María Magdalena y la otra María— estaban todos asustados. El ángel les dijo que el Señor había resucitado y que lo verían en Galilea. Antes de que estas mujeres pudieran decírselo a los discípulos, éstos se habían encontrado con Jesús, quien les dijo: “Salve”. Los discípulos fueron a una montaña en Galilea y lo adoraron. El Señor les dio Su último mensaje: «Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a observar todas las cosas que les he mandado; y he aquí, estoy con ustedes siempre, hasta el fin del mundo». ¡Que el Señor Jesús more siempre así en tu corazón, trayendo Luz y Amor a tu Vida! Amén.
Fuente: de Swami Sivananda sobre «Vida y Enseñanzas del Señor Jesus» – Primera Edición: 1959