Discurso de Sri Narasimha Murthy el 18-11-2015
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Om Sri Sai Ram
Ofrezco mis saludos a los pies de loto de nuestro divino maestro, Bhagavan Sri Sathya Sai Baba. Estimados dignatarios sobre el escenario y fuera de él, respetados mayores, queridos hermanos y hermanas; y … la propiedad más preciada de Bhagavan: muchachos y muchachas de este mundo.
«Ayam nijah paroveti ganana laghuchetasam,
udaracharitanantu vasudhaiva kutumbakam.»
Esta estrofa es una perla del tesoro de la sabiduría india: «Sólo las personas estrechas de miras consideran algunas personas le pertenecen, y las demás personas no le pertenecen». Quienes tienen amplitud de miras, dicen en cambio, vasudhaiva kutumbakam: hay una sola familia, la familia de la humanidad».
Bhagavan Sri Sathya Sai Baba declaró al mundo, lleno de conflictos, discordia y violencia: «Hay una sola religión, la religión del amor; hay una sola casta, la casta de la humanidad; hay un solo idioma, el idioma del corazón; hay un solo Dios, y Él es omnipotente». Ha sido la visión, el sueño y la aspiración de los grandes pensadores de todo el mundo, de las grandes personalidades, de todos los profetas y mesías, el lograr que la humanidad sea una sola familia, con el ideal y el lema: «La paternidad de Dios y la hermandad de los humanos». Pero aquí, viendo esta hermosa ofrenda Sarvadharma de oraciones, en mi corazón se encendió la visión de que esto no es una utopía: es posible. Pero al mismo tiempo, en representación de la generación de los mayores, quisiera disculparme hoy ante los jóvenes del mundo, porque no les hemos dado un buen ejemplo a todos ustedes. En nombre de la religión, hemos peleado; en nombre de la nacionalidad, hemos peleado; en nombre del idioma, hemos peleado; en nombre de casta y credo, hemos peleado, dándoles a ustedes un mal ejemplo. Hemos creado barreras y paredes artificiales, dividiendo al mundo en cien fragmentos. Les pido disculpas, queridos hombres y mujeres, pero les toca a ustedes construir esta familia del mundo, y cumplir así esta visión de Bhagavan Sri Sathya Sai Baba, que es el único propósito para el cual Dios vino a este mundo bajo la forma de Bhagavan Sri Sathya Sai Baba.
He vivido con Bhagavan durante más de 50 años. Mii querido amigo Srineevas llegó a Baba siendo un muchacho. Yo también llegué a Baba siendo un muchacho. La gente me ha preguntado: «¿Cuál es el milagro más grande que ha visto?». He visto miles de materializaciones de anillos, pendientes, cadenas, relojes, etc. He visto muchas enfermedades incurables curadas por Su simple voluntad. También he visto la resurrección de un estudiante muerto. Un muchacho en el hospital, en Puttaparthi, estudiante de maestría en ingeniería. Estaba muerto, los médicos lo declararon muerto. Baba fue, y simplemente con Su palabra, lo llamó por su nombre, y él volvió a la vida. He visto eso. Pero ese no es el milagro más grande que he visto. El milagro más grande que he visto es la transformación de los jóvenes. Especialmente en una época en que la ciencia y la tecnología han arrojado ante el ser humano cosas tan atractivas; cuando el hombre está perdiendo sus amarras espirituales, he visto muchachos y muchachas que han sido atraídos al recto camino. Este es el milagro más grande que he visto.
Para beneficio de los muchachos y muchachas que han venido de todo el mundo, me gustaría recordar un incidente muy interesante que ocurrió en Brindavan, mientras yo era allí director del hostal para estudiantes. Fue en 1997, el 1 de junio. Habíamos inscripto a 100 nuevos muchachos en el campus. Baba estaba allí, en Brindavan. Esa tarde, cuando regresamos al hostal, yo estaba sentado en mi oficina, cuando llamaron a la puerta. Era un muchacho recién inscripto en el instituto. Estaba muy serio, y dijo: «Señor, quiero hablar con Ud.» Le dije: «Pasa, querido muchacho, y toma asiento».
Él dijo, muy secamente: «Señor, este lugar no me gusta. Quiero regresar a mi casa». Le dije: «Has llegado hoy. ¿Qué te hizo decir esto?». Él djo: «Señor, yo no vine. Me trajo mi padre».
«Deberíamos confiar en la sabiduría de tu padre. ¿Por qué te trajo aquí tu padre?».
Él dijo muy fríamente, con rostro serio: «Mi padre no me podía controlar en mi casa. Por eso me trajo».
Yo estaba estupefacto, pero apreciaba su franqueza. Le dije: «Querido muchacho, por alguna razón tu padre te ha traído. Al menos valora sus palabras, y observa lo que pasa en esta universidad. Quédate durante una semana. Siete días: si no te gusta quedarte, llamaré a tu padre y te enviaré de vuelta».
El muchacho, de nuevo muy secamente, me dijo: «Señor, le daré tres días. Eso es todo».
Era la primera vez que, como director, yo escuchaba esas palabras de un estudiante. Generalmente es el director del hostal o de la universidad quien llama a un muchacho o una chica para decirle: «Te daré tres días; tienes que corregirte. De lo contrario, quedas fuera». Pero en este caso, un estudiante se lo decía al director: «Señor, le daré tres días».
«Bien, tres días está bien, quédate tres días».
Yo me preguntaba qué iba a hacer con este muchacho. Al día siguiente, cuando me presenté ante Swami, Él me preguntó: «¿Qué hay de nuevo?». Lo primero que se me ocurrió fue este muchacho. Pero ¿cómo decírselo a Bhagavan? Le dije: «Está todo bien. Todos los muchachos están bien».
Baba dijo: «No todos los muchachos están bien».
En ese momento no hablé de este muchacho. Pero todo el tiempo yo me preguntaba qué podía hacer con él. Lo llamé y le hablé. No hubo manera de convencerlo. Había cerrado la puerta de su corazón, y me había dado tres días. Yo me preguntaba qué podría hacer en esos tres días. Esa tarde di con un plan. Como director, Baba me había dado la oportunidad, o el derecho, de llevar a Su residencia a diez de los muchachos recién inscriptos, cuando Él salía para el darshan. Pensé que llevaría a este muchacho entre esos diez, y lo ubicaría en un sitio donde Baba no pudiera dejar de verlo.
Muchos de ustedes conocen Brindavan. Está la hermosa residencia de Brindavan, y desde la residencia hay una puerta que comunica con el Salón Sai Ramesh Krishnan, donde se reunían miles de devotos para el darshan de Swami. Ubiqué a este muchacho en la puerta, y le dije: «Muchacho, cuando venga Baba, tu trabajo consiste en abrir la puerta. Swami saldrá, y tú cerrarás la puerta. Finalmente, cuando hayan terminado los bhajans, y después del Arathi, tienes que abrir de nuevo la puerta para que Baba se retire». Necesité mucho coraje para ubicarlo ahí.
Baba llegó, y bajó los escalones muy suavemente. Todos sabemos que cuando Baba camina nos recuerda una estrofa del Lalita Sahasrara Nama [palabras en sánscrito] . Se deslizaba, no caminaba. Se deslizaba, como un pavo real, y era una visión de belleza y suavidad, con amor y compasión emanando de Sus ojos. Swami salió, y todos los muchachos estaban de pie con las manos unidas, mirándolo. Miré a este muchacho, y él estaba parado así (con las manos a la espalda). Pensé que había sido un error ubicar ahí a este muchacho. Había pensado que Swami haría algo para cambiarlo, pero en ese momento temí por lo que este muchacho podía hacerle a Swami, debido a la actitud que exhibía.
Algunos habrán visto que en Brindavan hay una planta de tulsi [albahaca]. Swami tomó una hoja de esa planta. Muchas veces, Swami jugaba, tomando una hoja y llamándome. Hacía esto (la ofrecía), y yo me inclinaba humildemente para recibirla. Luego Swami se la ponía en la boca, y me enviaba de regreso. Yo me preguntaba si Él estaba por jugar de esa manera con alguien. Swami siguió caminando en silencio, y se acercó a este muchacho. El muchacho seguía de pie, en la misma pose. Baba hizo este ademán (de entregarle la hoja). El muchacho extendió una mano. Lo habitual cuando Baba nos da algo, es hacer así (recibirlo con ambas manos). El muchacho hizo así (extendió una mano sin ceremonia). Swami puso la hoja en su mano. Repentinamente, vimos un cambio. El muchacho se inclinó, mirando a Swami con gran asombro. Me acerqué, y Swami le estaba diciendo: «No muestres esto a nadie. Aquí está escrita tu fecha de nacimiento». Yo me preguté cómo podía estar escrita esa fecha de nacimiento en una hoja de tulsi. Le pedí a Swami «Por favor, muéstramela sólo a mí, y a nadie más». Swami levantó un poco Su mano, y en lugar de la hoja de tulsi vi una moneda de oro.
El muchacho había abierto la puerta, y Swami avanzó hacia el escenario, diciéndole: «Guárdala bien». El muchacho tuvo una transformación total. Me acerqué a él, y él dijo «¡Sai Ram, Señor!». Yo estaba muy feliz. Él sacó su pañuelo, puso la moneda en el centro, lo dobló ocho veces y lo puso en el bolsillo de su camisa. Mientras se cantaban los bhajans todos estaban concentrados en cantar, pero el muchacho estuvo así todo el tiempo (con las manos sobre el bolsillo) porque Baba le había dicho «Guárdala bien». Allí noté que este muchacho era muy sincero; muy franco, pero muy sincero.
Ese no es el fin de la historia. Swami regresó luego del Arathi y le preguntó: «¿Dónde está la moneda?». Él abrió cuidadosamente el pañuelo, y vio consternado que la moneda había desaparecido, y en su lugar sólo había una hoja de tulsi. Baba la tomó, le pidió que abriera la boca y se la puso adentro. Estoy seguro de que debe haber sido lo más amargo que el muchacho comiera en su vida. Luego Swami caminó tranquilamente de regreso, se me acercó y dijo «¿Qué hay de nuevo?». Le dije: «Swami, ese pobre muchacho …»
«¡Oh, tienes una gran compasión por ese muchacho! Ve con él, haz girar tu mano, crea la moneda de oro y dásela». Yo susurré a Su oído: «Swami, si yo pudiera hacerlo, no estaría acá». Entonces Swami llamó al muchacho, hizo girar Su mano, creó la misma moneda de oro y se la dio, diciéndole : «No se la muestres a nadie». Inmediatamente el muchacho me miró … porque pensó que la moneda había desaparecido porque yo la había mirado. Le dije: «Muchacho, no la voy a mirar».
Esa tarde, cuando regresé al hostal, el muchacho volvió a mi cuarto. «Señor, ¡Sai Baba es Dios! ¡Me quedaré y estudiaré en esta universidad!». Me lo dijo como si estuviera haciéndome un gran favor. Pero se estaba haciendo un gran favor a sí mismo, y les estaba haciendo un gran favor a sus padres.
Los tres días pasaron. Un día, Swami me envió a hacer un trabajo. En esa época aún no habían aparecido los teléfonos celulares. Swami quiso que yo llamara a alguien, por lo que fui a mi oficina. No sé qué habrá pasado en el Salón Sai Ramesh cuando Swami fue para el darshan, pero este muchacho vino corriendo a mi oficina y dijo: «Señor, quiero mostrarle algo». Le dije: «Por supuesto, no la moneda de oro».
«No, Señor, ¡es justamente la moneda de oro! Swami me pidió que se la mostrara. Señor, hoy Swami me preguntó «¿Dónde está la moneda de oro?» y se la di. Él sopló sobre ella una vez, y aumentó su tamaño al doble. La segunda vez lo triplicó, y la cuarta vez lo cuadruplicó. ¡Acá la tengo!». Le pregunté: «¿Vas a correr el riesgo de mostrármela?». «No, Señor, Swami me dijo que lo hiciera». Y me la mostró.
Lo que Swami le había obsequiado era el obsequio de la fe, que es el más grande obsequio de Dios al ser humano. No hay nada más, ningún tesoro, más grande que la completa fe en Dios. La completa fe en Dios significa haber percibido a Dios por completo. Cuando uno tiene una fe del cien por ciento en Dios, cuando Lo ha percibido en un cien por ciento, es lo que el gran maestro Ramakrishna Paramahamsa enseñó a sus discípulos: [palabras en sánscrito]. «No experimentarán a la Divinidad por dictar conferencias, ni por escuchar conferencias, ni por un cerebro brillante, ni por una gran erudición. Él sólo Se revela ante aquellos a quienes Él mismo elige». El requisito previo para eso es tener fe, inocencia y pureza.
Mis queridos hermanos y hermanas, especialmente muchachos y muchachas. Tengan todos esta fe. Es el mayor tesoro sobre el cual edificar sus vidas. Les recordaré un maravilloso dicho del Dr. Hislop, de los EE. UU. Él nos dijo: «Swami es mi héroe. Porque no veo ninguna cualidad heroica que no esté ejemplificada en Su vida. Lo seguiré hasta el fin del mundo».
Jóvenes del mundo, ¡uníos!. Ustedes no tienen nada que perder, salvo la esclavitud a la carne, la cual es una invitación a las penurias y la tristeza. Nosotros hemos fracasado. Como persona mayor, como alguien que tiene 70 años de edad, me gustaría pedirles perdón. Tengo que confesar que nosotros, los mayores, les hemos fallado. El trabajo de ustedes es romper y demoler todas las paredes y barreras artificiales que nosotros hemos creado, en nombre de nacionalidad, idioma, casta, religión, y credo. El deber de ustedes es cumplir y materializar la visión de Bhagavan Sri Sathya Sai Baba: «Un solo mundo, una sola familia».
Muchas gracias.
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