Divino Discurso, 25 de diciembre de 2018
Sri Sathya Sai Premamrutham, Sathya Sai Grama, Muddenahalli
Queridas encarnaciones del amor, estudiantes, profesores y devotos:
Hoy celebramos el día de Navidad, que señala el nacimiento, la vida y el mensaje de Jesús, el Cristo. Cuando pensamos en Jesucristo, pensamos en el amor. Cuando pensamos en Jesús, pensamos en la compasión. Cuando pensamos en Jesús, pensamos en el sacrificio. Y cuando pensamos en Jesús, pensamos en la divinidad. Porque Jesús no es solo un individuo que vivió en Jerusalem en un determinado momento. Él es lo que practicaba. Cada vez que la humanidad olvida cómo vivir en paz y armonía, cómo demostrar amor y compasión y cómo servir y hacer sacrificio, Dios desciende en forma humana. Y cuando viene tomando sobre Sí un cuerpo físico, verdaderamente instala en el corazón de los hombres los valores del amor y el servicio.
Como todos sabemos, Jesús les nació a la Madre María y al Padre José. Antes de Su nacimiento, hubo varias indicaciones divinas del maestro que vendría. En la noche de Su nacimiento, toda la aldea de Belén fue iluminada por una divina luz proveniente del cielo. En busca del bebé llegaron tres hombres, a quienes se les había dicho que este niño sería el rey de reyes. Uno de Persia, uno de Arabia y uno del Tibet, llegaron con obsequios para el niño divino. Todos ellos llegaron guiados por una estrella, para hallar el lugar donde iba a nacer el niño. Aunque provenían de tres lugares diferentes, tuvieron la misma visión de la estrella guiándolos para ver al bebé Jesús. Finalmente llegaron a Nazaret, donde preguntaron por el bebé que había nacido. El gobernante del lugar sintió curiosidad por los tres extranjeros que preguntaban por el nacimiento de un niño, y les hizo muchas preguntas. El rey se preocupó pensando si habría otro rey en el mismo lugar. Por eso, ideó un malvado plan, diciéndoles que le informaran acerca del niño para ir a verlo, aunque su intención era causar daño. Sin embargo, la Madre María, alarmada ante los planes del rey, se dirigió a otro lugar para dar a luz al niño, estando ya en trabajo de parto. José y ella no hallaron más que un establo de vacas, y el niño nació a las 3:15 de la mañana. Mientras tanto, siguiendo la estrella, los tres sabios llegaron al lugar, y adoraron al niño, ofrendándole sus preciosos regalos. Sin embargo, habían sido advertidos acerca de la maldad del gobernante, y en vez de ir a Nazaret regresaron a sus respectivos lugares de origen, de modo que el rey no pudo enterarse del nacimiento de este niño. Posteriormente, los padres y el bebé regresaron a Nazareth, donde creció Jesús. Su padre era un carpintero que se ganaba la vida fabricando muebles. Jesús creció como cualquier otro niño, jugando y divirtiéndose con Sus amigos.
Cuando tenía doce años de edad sus padres lo llevaron a un templo en Jerusalén, para las Pascuas. Allí fue donde el muchacho se perdió, provocando la preocupación de sus padres. Lo buscaron durante mucho tiempo, sin hallarlo. Finalmente lo encontraron saliendo, feliz, del templo. Los padres expresaron su angustia porque Jesús se había perdido. Jesús les dijo que había estado con Su padre, lleno de alegría mientras escuchaba al sacerdote. A partir de entonces, comenzó para Jesús una vida diferente. Estaba siempre profundamente inmerso en Sus pensamientos. En otro año, Su padre falleció sucumbiendo a una enfermedad, y Jesús vivió en adelante con Su madre. Sin embargo, Su interés no estaba en la carpintería. Se lo solía encontrar meditando en la cima de una montaña. Esto preocupaba mucho a María. Durante este tiempo, la Madre comprendió que este muchacho estaba en busca de una verdad más profunda, y recordó los acontecimientos que condujeron a Su nacimiento. Recordó las palabras del ángel Gabriel, quien dijo que ella daría a luz a un niño divino. Aunque no se lo había dicho a Jesús durante mucho tiempo, le explicó que estaba destinado a perseguir algo más elevado en esta vida. Le entregó algunos de los preciosos obsequios que los sabios le habían dado cuando Él nació. Tomándolos, Jesús se alejó durante cierto tiempo, buscando respuesta a Sus preguntas. Durante varios años viajó por diferentes sitios en busca de la verdad. Durante este tiempo, fue en aumento Su cariño hacia Su Padre Celestial.
Al cabo de varios años, regresó a Su pueblo y a Su madre, y fue entonces que se encontró con Juan el Bautista. Este era un santo, conocido por sus sabias palabras y sus actos de compasión. Solía decir a la gente que pronto iban a encontrar al Mesías. Cuando conoció a Jesús, Juan supo que Él era su maestro. Él mismo se convirtió en un devoto de Jesús. Durante los siguientes tres años, Jesús predicó el mensaje que había aprendido de Su contemplación. Él hablaba de lo que había aprendido de Su propio interior. De este modo, realizaba muchos milagros, sanaba a muchas personas, y Su gloria se difundió ampliamente. Sus milagros eran para atraer hacia Sí a la gente, de modo que pudieran aprender lecciones de Él. Sin embargo, todo lo que enseñaba no era bien recibido por los gobernantes de Su tiempo. La religión había declinado, la espiritualidad se había desvanecido y los sacerdotes tenían ambiciones políticas. Los pobres y los oprimidos no tenían justicia y eran maltratados. Jesús los defendió, les enseñó y los cuidó. Esto no tuvo buena acogida de parte del rey. Los sumos sacerdotes de Jerusalén veían en Jesús una amenaza a su poder. Por eso, envenenaron la mente del gobernante influenciando al rey a arrestarlo. Finalmente, traicionado por su propia gente, Jesús sucumbió al arresto. Renunció a Su cuerpo para enseñar a Sus discípulos las lecciones del amor y el sacrificio. Él sabía que no era el cuerpo. Era el Espíritu Divino. Por lo tanto, vivió de acuerdo con aquello que creía. Mientras era crucificado rogó a su Padre Celestial que las personas que lo torturaban fueran perdonadas.
No sería un error decir que Jesús fue la encarnación de la compasión. Si deseamos adorarlo y celebrarlo, debemos seguir Su mensaje de compasión incondicional por todos los seres. Él siempre señalaba Su corazón. ¿Qué significa esto? El corazón significa aquello que está lleno de compasión. Es fácil amar a quienes nos aman, pero un auténtico devoto del Señor es aquel que ama también a quienes no lo aman. Este es el mensaje de Jesús. Compasión, compasión, compasión. Cuando ven a alguien triste y afligido, su corazón debe derretirse de compasión, y sus manos deben ayudar. Deben hacer todo lo que sus fuerzas permitan para aliviar la aflicción. Lo que enseña Swami es lo mismo.
Los maestros son muchos, la enseñanza es una. Los caminos son muchos, Dios es uno. Les he narrado esta historia, ya que esta es la tradición de la Navidad. Sin embargo, queridos, no se limiten a escuchar esta historia y olvidarla hasta la próxima Navidad. En cambio, debemos absorber las lecciones que Jesús enseño, viviéndolas. Amor, compasión y servicio. Den alimento al que tiene hambre, den ropa a quien carece de ropa, ofrezcan refugio al que no tiene hogar, enseñen a quien es analfabeto, curen al que está enfermo. Ayuden siempre. Que todos ustedes vivan la vida que vivió Jesús, demostrando los valores del amor y la compasión.
Con estas bendiciones, pongo fin a Mi mensaje de Navidad.
NOTA: Esta es una traducción provisoria realizada por devotos voluntarios, como servicio de difusión. Las traducciones oficiales son efectuadas a su debido tiempo por la editorial Premamruta Prakashana, de Muddenahalli.